
“Mamá, vi a papá poner algo en tu té”: después de estas palabras de mi hija de 4 años, descubrí algo terrible sobre mi esposo.
Siempre pensé que tenía una familia perfecta: un esposo cariñoso, una hija maravillosa y un hogar acogedor. Pero una mañana lo cambió todo.
Mi hija y yo estábamos sentadas en la cocina cuando mi esposo, con prisas para ir a trabajar, entró a buscar su cartera. Salí un momento a buscarla, y él se quedó solo con ella. Al volver, lo despedí y me senté de nuevo a la mesa.
De repente, mi hija de cuatro años me miró con expresión seria y me preguntó:

—Mamá, ¿estás enferma?
Sonreí, pensando que era sólo curiosidad infantil.
—No, cariño, estoy bien. ¿Por qué lo preguntas?
Ella bajó los ojos y susurró:
—Porque papá dijo que estabas enferma… y te puso medicina en el té. Me dijo que no dijera nada. Me prometió helado si me callaba.
Sentí un escalofrío. Solo un pensamiento resonaba en mi cabeza: ¿por qué mi marido me echa algo en el té?
Ese día, por supuesto, no tomé el té. En cambio, decidí guardar silencio y observar. Pero ¿cómo podría descubrir la verdad?
Decidí no confrontarlo todavía ni demostrarle que lo sabía. Durante varios días observé atentamente a mi esposo. Y entonces noté algo extraño: cada mañana ponía algo solo en mi taza.

Mi corazón se encogió de miedo, pero fingí mantener la calma. Un día, vertí con cuidado el té sobrante en un pequeño recipiente y lo llevé a un laboratorio. Cuando llegaron los resultados, me impactó lo que descubrí sobre mi esposo. Continúa en el primer comentario.
Fue como una descarga eléctrica: la bebida contenía una potente pastilla para dormir.
Entonces todo cobró sentido. Comprendí por qué últimamente me sentía constantemente cansada, irritable y somnolienta. Pensé que era estrés o enfermedad, pero en realidad mi marido me mantenía inconsciente a propósito.
¿Pero por qué? La respuesta pronto se reveló. Una noche, lo oí susurrar por teléfono, pensando que estaba profundamente dormida. En su voz había una ternura que hacía mucho que no me había oído. Estaba hablando con ella .
Y entonces ocurrió lo peor. Una noche, mientras yo estaba otra vez “dormido” en el sofá bajo el efecto de la pastilla para dormir, la trajo a casa.

Se rieron y susurraron juntos en nuestra sala de estar, mientras yo yacía cerca fingiendo dormir.
Fue entonces cuando finalmente entendí: todo lo que había creído que era amor y felicidad familiar era mentira. Mi esposo me había estado drogando con somníferos para que no interfiriera en su vida.
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