

El aire estaba cargado de tensión mientras permanecía frente a la puerta del motel, con el corazón latiéndole con fuerza. Había ignorado los susurros, desestimado los mensajes sospechosos, pero ahora, la verdad estaba justo al otro lado de aquella frágil puerta. Respiró hondo, giró el pomo… y se quedó paralizado ante lo que tenía delante. Su esposa, enredada entre las sábanas con otro hombre, levantó la vista horrorizada.
La rabia lo invadió como un reguero de pólvora. El otro hombre apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando lo sacaron de la cama de un tirón y lo lanzaron contra la pared con una fuerza que hizo temblar las pinturas del motel barato. Los gritos llenaron la habitación mientras su esposa le rogaba que parara, pero la traición lo quemaba demasiado. Cada puñetazo, cada maldición, estaba alimentado por meses de mentiras, que ahora estallaban en una tormenta de violencia.
Para cuando terminó, la habitación estaba destrozada, el otro hombre inconsciente y su esposa sollozando en el suelo. Pero en lugar de remordimiento, sintió algo más frío: satisfacción. Se limpió los nudillos ensangrentados, contempló los restos de su matrimonio y salió sin decir palabra. Hay límites que, una vez cruzados, nunca se pueden deshacer.
Al terminar, la habitación estaba destrozada, el otro hombre inconsciente y su esposa sollozando en el suelo. Pero en lugar de remordimiento, sintió algo más frío: satisfacción. Se limpió los nudillos ensangrentados, contempló los restos de su matrimonio y salió sin decir palabra. Hay límites que, una vez cruzados, no se pueden deshacer. Lea más abajo.
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