Tuve una bebé hace una semana. ¡No ha sido más que una pesadilla! Cada vez que la meto en la cuna, se pone a gritar como una loca, ¡de día y de noche!
Lo he intentado todo — mecerla, cantarle, ¡hasta he consultado a los médicos! Me decían que sólo tenía que adaptarse. Algo en mi interior me decía que estaba claramente mal.
La siguiente vez que la puse en la cuna, percibí un olor muy raro. Quité la manta, aparté el colchón, y Dios — ¡quedé horrorizada con lo que encontré!
Debajo del colchón, escondido entre la base de la cuna y la madera, había un pequeño dispositivo negro con una luz apenas perceptible.
Cuando lo toqué, noté que vibraba levemente y emitía un pitido agudo, casi imperceptible para un adulto… pero no para un bebé con oído sensible.
Mi corazón se aceleró. Al darle la vuelta, vi que no era un juguete ni nada médico, sino algo que claramente no pertenecía ahí: una especie de localizador o micrófono.
Al instante, comprendí que alguien lo había colocado a propósito.
No sabía si sentir más miedo o rabia… pero supe que no podía dejarlo pasar.
Con la cuna aún desarmada, agarré mi teléfono y marqué a la policía.
Porque si alguien estaba espiando a mi hija… pronto iba a descubrir que se había metido con la madre equivocada.
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