
Papá, tengo que contarte algo terrible que pasó.
Papá, tengo miedo, pero ya no puedo ocultarlo. Todas las mañanas, al comer, su tía política le decía que desenterrara un poco de arroz y se reía con sarcasmo: «No mereces comer lo suficiente». También le susurraba al oído a mi hermano: «Aléjate de este tipo», como si fueras la basura de la casa. Apreté los dientes para callarme, intentando tragar cada grano de arroz amargo sin abrir la boca.
Pero una noche, mientras papá trabajaba hasta tarde y la casa estaba a oscuras, no pude dormir. Vi a mi hermanito llorando, así que bajé sigilosamente las escaleras. Iba a entrar en mi habitación para abrazarla, pero por la rendija de la puerta vi una escena que me dejó sin aliento.
La tía madrastra estaba en la sala, la luz amarilla iluminaba su rostro frío y duro. Mi hermano temblaba, tenía los ojos rojos. Levantó la mano y gritó con fuerza, con la voz llena de presión, y me empujó hacia la cama. Intenté esquivarla, pero resbalé. No tuve tiempo de protegerme. Te vi agachado y abrazándote el estómago, con la cara sonriente. La tía corrió hacia mí y dijo con voz áspera: «No bromees, si sigues llorando, habrá más cosas». Entonces mi tía cerró la puerta de mi habitación con tanta fuerza que toda la casa tembló.
Me quedé afuera, con las piernas petrificadas. Quiero entrar corriendo y abrazarte, quiero gritar para llamarte, pero temo que descubras que estoy fuera de la habitación y los castigue a ambos. Me siento impotente y enojada a la vez; es decir, porque no lo merezco, impotente porque soy joven y no sé qué hacer bien para protegerme sin empeorar las cosas.
Papá, no te cuento esta historia para entristecerte ni para causarte problemas. Te la conté porque necesitaba que supieras la verdad: las burlas durante la comida, las palabras que me instaron a alejarme, y sobre todo la escena de esa noche cuando mi tía usó su poder para intimidarme; todo fue más de lo que pude soportar. Temo que me hagan más daño, temo que algún día ocurra algo peor.
Necesito que intervengas. Necesito que me veas, que me abraces, que me digas que todo estará bien; necesito que hables en serio con mi tía para que dejes de regañarme, de las noches en que tienes que llorar en silencio. Sé que estás ocupada, que tienes responsabilidades en el trabajo, pero quiero que te tomes un tiempo para la seguridad de las dos.
Si no puedes volver a casa enseguida, por favor, dime qué vas a hacer: llamar a tu abuela, llamar a tus familiares o, al menos, llamar y rogarle a tu tía que pare. Necesito una promesa para tener esperanza. Tengo miedo de seguir con este miedo.
Te lo ruego, no dejes que sufran más. Necesito adultos que me apoyen.
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