
Una joven caminaba por un sendero forestal cuando vio una mano que sobresalía de la nieve. Al tocar este extraño descubrimiento, gritó de horror.

Anna caminaba por un sendero estrecho, cubierto de nieve fresca. Tras muchos años viviendo en la ciudad, había regresado a su pueblo natal, el mismo lugar donde pasó su infancia. Tras perder a sus padres, Anna había decidido vender la vieja casa y no volver jamás. Pero antes, quería pasar al menos una semana en silencio y paz, lejos del bullicio.
Como antes, su pasatiempo favorito eran los paseos matutinos por el bosque. El aire era fresco y gélido, y a su alrededor reinaba un silencio blanco. Anna caminaba, disfrutando de la calma, hasta que su mirada se fijó en algo extraño.
Una mano humana sobresalía de la nieve. Congelada, blanca. La niña se quedó paralizada de horror. Su corazón latía tan fuerte que parecía que todo el bosque lo oía.
Al principio, pensó que se trataba de un descubrimiento macabro, que algo terrible había sucedido allí. Pero la curiosidad venció al miedo. Se acercó, tocó la mano helada y gritó horrorizada. Continúa en el primer comentario.

Y de repente… la mano se movió.
Anna gritó y retrocedió, pero al instante siguiente se dio cuenta: ¡bajo la nieve había una persona viva! Empezó a cavar con las manos desnudas, hasta que sus guantes quedaron empapados y helados.
Después de unos minutos, el rostro de un joven apareció bajo la capa de nieve. Vestía uniforme militar. Tenía los labios azulados y su respiración apenas era audible.

Con dedos temblorosos, Anna sacó su teléfono, llamó a una ambulancia y a los rescatistas, mientras seguía cavando, cubriendo al hombre con su bufanda y tratando de calentarlo con su aliento.
Unas horas después, ya en el hospital, los médicos dijeron que había sobrevivido como por un milagro. Una avalancha había cubierto parte del camino forestal, y el joven había quedado atrapado bajo la nieve. Estuvo allí tendido durante horas, hasta que Anna tropezó con su mano.
Y sólo gracias a ella sobrevivió.
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