
Don Tomás, de 70 años, era un agricultor adinerado de un pueblo rural de Oaxaca. Había tenido a su primera esposa, doña Rosa, quien falleció diez años antes, dejándole tres hijas casadas. A pesar de su avanzada edad, Don Tomás aún soñaba con tener un hijo que llevara su apellido y continuara la línea familiar, un deseo que no se cumplió.

Así que decidió volver a casarse. Su elegida fue Marisol, una joven de 20 años, hija de una familia pobre del mismo pueblo. Marisol era hermosa y fresca como la primavera, pero la pobreza la había golpeado duramente. Sus padres, necesitados de dinero para pagar el tratamiento médico de su hijo menor, accedieron a entregarla a cambio de una gran suma.
Aunque ella no quería, Marisol aceptó el matrimonio por amor a su familia. La víspera de la boda, con lágrimas en los ojos, le dijo a su madre:
«Solo espero que me trate bien… Cumpliré con mi deber».
La boda fue sencilla pero impactante, porque Don Tomás quería que todo el pueblo supiera que aún era fuerte y estaba listo para tener un hijo. Los vecinos murmuraron y criticaron la gran diferencia de edad, pero a él no le importó. Sonrió con satisfacción, preparándose con entusiasmo para la noche de bodas, seguro de que Marisol pronto estaría embarazada. Aunque resignada, intentó aparentar felicidad para cumplir con su papel.
Llegó la noche de bodas. Don Tomás, elegantemente vestido, bebió un licor medicinal que creía que lo rejuvenecería. Tomó la mano de Marisol y la condujo al dormitorio, con la mirada llena de expectación. Ella, nerviosa, forzó una sonrisa, temerosa de decepcionarlo.
El ambiente se tornó íntimo. Don Tomás le susurraba palabras cariñosas cuando, de repente, su rostro se contorsionó y su respiración se entrecortó. Soltó la mano de Marisol, se llevó la otra al pecho y se dejó caer pesadamente sobre la cama.
—¡Don Tomás! ¿Qué le pasa? —gritó Marisol con los ojos llenos de terror.
Intentó abrazarlo, pero su cuerpo ya estaba rígido, empapado en sudor. Un gemido ronco escapó de su garganta, haciendo que la joven se estremeciera.
La imagen del licor que había bebido minutos antes cruzó por su mente: aquello en lo que había confiado para “rejuvenecerse” se había convertido en un veneno silencioso.
Desesperada, Marisol pidió ayuda. Las hijas de Don Tomás y otros familiares irrumpieron en la habitación, encontrando al anciano inmóvil y a la joven novia llorando, perdida en la confusión.
Esa noche fue un caos de gritos, carreras y llantos. Llevaron a Don Tomás al hospital, pero los médicos solo pudieron confirmar lo peor: había sufrido un infarto masivo debido al esfuerzo y la edad.
La noticia corrió por todo el pueblo. La gente, que ya murmuraba sobre el matrimonio desigual, ahora hablaba aún más fuerte. Algunos sintieron lástima por Marisol, otros se burlaron:
«Ni siquiera logró darle un hijo… el destino es justo».
Marisol permaneció en silencio, absorta en sus pensamientos. Recordó sus palabras: «Cumpliré con mi deber». Pero ese deber nunca comenzó; todo terminó en una tragedia que nadie previó.
Tras el funeral, el dinero de la boda fue suficiente para pagar las deudas de su familia y el tratamiento de su hermano. Pero a cambio, Marisol enfrentó un destino cruel: viuda a los veinte años, marcada para siempre como «la segunda esposa de Don Tomás».
La noche de bodas, que se suponía sería el inicio de un compromiso lleno de presiones y expectativas, terminó convirtiéndose en la última noche de la vida de un hombre … y el inicio de la pesada cruz que una joven tendría que cargar por el resto de sus días.
Để lại một phản hồi