

Un hombre acudió al médico por fuertes dolores de cabeza y cuando los médicos lo examinaron encontraron varios alfileres en su cabeza.
El hombre llevaba muchos años sufriendo dolores de cabeza insoportables. Aparecían de repente, sin previo aviso, a veces de noche, despertándolo. Las pastillas solo le proporcionaban un alivio temporal. Las revisiones en clínicas, centros privados y visitas a decenas de médicos no dieron resultados.

Con el tiempo, el dolor se convirtió en parte de su vida, pero en los últimos meses se había intensificado hasta el punto de que trabajar y dormir se volvió casi imposible.
Tras otra consulta médica infructuosa, el hombre acudió a un neurólogo reconocido. El médico revisó cuidadosamente su historial y sugirió una resonancia magnética, pero la espera para el procedimiento fue de más de un mes. Para no perder tiempo, solicitó una radiografía de cráneo.
Cuando las imágenes estaban en la mesa, el rostro del médico cambió. En la película, se veían objetos delgados y alargados entre los hemisferios cerebrales. Parecían alfileres. Los médicos se horrorizaron al darse cuenta de dónde habían salido los alfileres.
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Este descubrimiento no solo fue extraño, sino también peligroso. Cualquier intento de realizar una resonancia magnética con tanto metal en la cabeza podría haber terminado en tragedia. El hombre fue remitido a exámenes adicionales, que confirmaron el hallazgo.
La gran pregunta era: ¿cómo entraron estos objetos? Los registros de la infancia no mencionaban lesiones graves, caídas ni cirugías.
La respuesta fue impactante. Hace muchos años, a principios de la década de 1970, nació como el séptimo hijo de una familia asolada por la pobreza y el hambre.
La madre no podía abandonar al infante, pero, guiada por un mal consejo ajeno y por su propia desesperación, hizo algo que parecía imposible.
Le insertaron varios alfileres finos en la cabeza para quitarle la vida de forma rápida y discreta. Milagrosamente, sobrevivió. Por ignorancia, la madre creyó que los alfileres se habían “disuelto”.

Durante décadas, permanecieron en su cerebro, destruyendo lentamente su salud y causándole dolor y malestar. Solo la radiografía los reveló.
Tras una cirugía compleja, le retiraron los objetos metálicos extraños. Los dolores de cabeza desaparecieron como si nunca hubieran existido.
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